Hoy la luz es fuerte, llega a la sala de forma directa golpeando el cristal para convertirse en un reflejo del día. -Efectivamente el sol de enero es agradecido-. Atraviesa las suaves cortinas a punto de abrirse dando los buenos días. Al rozarlas suavemente recuerdo cómo nos encontramos en un pequeño negocio en liquidación, ahí estaban, piezas únicas olvidadas con las que suelo jugar para ocultar cualquier interrupción a mi intimidad. La ventana es el límite, la fina línea que separa y a la vez comunica nuestras dos realidades, un fantástico espacio secreto y cómplice que se ha convertido en mi aliado en los días largos. Se sitúa al sur orientándose hacia el devenir del exterior, abriéndose buscando una bocanada de aire fresco y algún rumor de las nubes -Ya han abierto la floristería, cómo alegran la calle esas flores en la acera-.
En mañanas como esta me espera un café humeante, apoyado entre las fotos de mis mejores momentos en colores, en blanco y negro, en trasluces y en sonrisas. La mesa baila -algún día debería arreglarla-. Un momento, suena el timbre… ¡Publicidad, gracias!… preciosa molestia que ayuda a la rutina. Regreso a la ventana, un sorbo al café y la calle empieza a vivir de veras -infinitos encuentros inesperados- . Me dejo caer elegantemente en mi Thonet de alegres curvaturas mientras, apoyado en el alféizar remuevo las hojas de las macetas buscando las vistas más atractivas y los momentos más fugaces. Fantástica ventana que sabe narrar nuevas historias en continua transformación.
Al atardecer, las voces llegan opacas, tenues rumores indescifrables, diálogos inventados entre los que puedo leer saludos. Todas ellas, sutiles sensaciones que protegen mi quietud, mi parte interior que se asoma y se esconde jugando a ser visto y no visto. -Hoy me siento James Stewart en mi Ventana Indiscreta-.
··· Por Loidi Etxarri Interiorismo con Soraia Aguirre···